El territorio que hoy conocemos como Villapinzón guarda un sin fin de historias y relatos, relatos
que parecen haber sido sepultados con las memorias de nuestros ancestros pero que hoy
nuestros artistas buscan rescatar y resignificar.
Éste pueblo ha sido bendecido con la fertilidad del Páramo y la abundancia del río Funza (río
Bogotá).
El siguiente mito se ha inspirado en la belleza y grandeza de estos mágicos lugares.
En el inicio de los tiempos los suelos estaban vacíos, eran áridos y sin vida, hasta que llegó un
visitante de las estrellas, su nombre era Guacheneque. Él había sido enviado para llevar
prosperidad y fertilidad, también debía ser el guerrero que protegiera y velara por estas tierras;
por esto tenía la habilidad de adoptar cualquier forma, podía transformarse en montañas
animales, plantas o cualquier cosa que habitara este espacio.
Día tras día estuvo creando y moldeando cerros, valles, árboles, frailejones, aves, ranas y mil
elementos que conformaban un perfecto engranaje.
Sin embargo aún cuando había creado un paraíso, dentro de su corazón habitaba un
sentimiento que lo atormentaba: La soledad.
Una noche en estado de desesperación rogó a las estrellas que escucharan su anhelo y como ofrenda entregó el líquido sagrado que albergaba el primer frailejón que de la tierra brotó. Las estrellas conmovidas con su gesto dejaron caer una lluvia dorada que se acumuló formando una gran laguna, la cual poseía un montículo de tierra en el centro donde surgieron nuevos frailejones blancos y de destellos dorados que acompañaban un gran rebrote que llamaba la atención y del cual emanaba una luz sagrada. Con los primeros rayos del sol Guacheneque despertó y al abrir sus ojos contempló tan maravilloso y divino regalo. En el amanecer de aquella fría y mágica mañana el gran rebrote dejó abrir sus inmensas hojas y con fluidez y lentitud de su interior salió, una joven morena y de cabellos blancos como la misma niebla. La soledad que amargaba el corazón de aquel hombre había terminado y de su pecho florecía el más puro amor; amor que fue correspondido por aquella mujer.
Con un abrazo sellaron el juramento de ser uno mismo en la eternidad. Guacheneque y Guacheneque, el Páramo y la laguna. La joven había sido bendecida con el don de la vida, controlaba las aguas y otorgaba vida, adoptaba la forma de la lluvia, de la niebla y del agua que corría entre riachuelos y quebradas. Los primeros pueblos indígenas eran nómadas, pero al llegar a este edén decidieron vivir y abrazar en estas tierras. Estas comunidades convivían con armonía y reconocían el poder sagrado del páramo y la laguna, con pegamentos y ofrendas agradecían la abundancia y riqueza con la que estaban cobijados. Sin embargo la maldad también está presente en esta historia, el tiempo trajo consigo nuevos visitantes, que habían dejado contaminar su corazón con la avaricia y un hambre desbocado de poder y riqueza. Estos seres cegados por la ambición intentaron sin fin de artimañas para saquear las ofrendas de los indígenas y despojarlos de sus tierras o riquezas, intentaron borrar y desvanecer sus costumbres y creencias, satanizaron su rituales, sobre las montañas y lugares sagrados establecieron iglesias y símbolos de una nueva religión.
La bondad y amor con el que nuestros enamorados veían a la humanidad se convirtió en resentimiento y enojo, por estas razones en ocasiones la laguna se desbocaba destruyendo todo a su paso e inundando las poblaciones aledañas, el Páramo por su parte se volvía un lugar inhabitable y peligroso, las temperaturas descendían, los senderos se hacían resbalosos y confusos. Tras un sinfín de conflictos y disputas entre indígenas y colonizadores, Gacheneque y Guacheneque decidieron abandonar su forma física. Pero para nuestra fortuna hoy podemos verlos al visitar las montañas o nadar en el río, podemos escucharlos en el canto de las aves o en el sonido de la lluvia, podemos sentirlos cuando el viento despeina nuestro cabello o el rocío acaricia nuestro rostro. Se cree que estos enamorados siguen danzando en la eternidad, pues cada día soy testigo de cómo la niebla abraza las montañas, de cómo la lluvia moja y fertiliza los cultivos, de cómo el río fluye libre y limpio entre las piedras o de como las aves decoran el cielo con su vuelo.
En ocasiones el mundo parece haber perdido su magia pero sólo basta con poner un pie en Villapinzón para volver a sentir el amor y la fantasía que cobija en este territorio.
Murales por Viviana Gómez ( @quynza.arte)